Bar Paradise
-´´ ¿Cómo está usted? en general digo. ´´
-´´Con expectativas´´
-´´Jaja esa es buena´´
Entra
Julián el taxista, Martin el oficinista, Néstor el jubilado, y una señora que,
tras serle servido el café con leche, se duerme en la silla, casi que en
posición fetal.
- ´´Te
armo una mesa afuera, ¿queres? ´´ Me pregunta el flaco, conociendo mi vicio.
-"Bueno, dale, gracias" con tono de sorpresa.
-´´Upa, se picó, ja ja ja´´, le dice Lio a Marcos en voz baja pero lo suficientemente claro cosa de que yo también llegue a escuchar el comentario, burlándose de un muchacho que entró con el termo y el mate.
Ellos están sentados contra el ventanal gigante. Yo estoy del otro lado, fumando un Richmond junto a mi café y un galletón de campaña dulce.
¿No me convidas un cigarrito? Me dice Lio y se lo doy sin dudar, aunque me haya apuñalado la mirada del flaco. Lo enciende y se pone a fumar adentro, yendo contra aquella ley decretada por el primer gobierno del Frente Amplio. ¿Quién podía decirle algo? Era un bar que, a esta altura de la mañana cuando las calles ya no eran transitadas por tantas personas, se transformaba en un bar de copas. La cerveza se evaporaba y aquello obligaba la aparición del gesto Churchilliano de Marcos, girar los dedos indicies en círculos al mismo tiempo, como un remolino dirigido al flaco que, alegre, les baja otra bien helada.
-´´Ahora sí, carajo´´. Dice lio.
-´´Nosotros quisimos ser ladrones, pero fracasamos con éxito´´, dice Marcos entre risas. ´´A él se le cayó la cédula, ja ja ja´´.
"Tienen
que desestimar a Alonso, no puede ser que siga cometiendo estos errores que...´´
-"Nooo
Javier, vos estás loco, recién lo nombraron técnico y ya queres echarlo"
Argumenta Julián con el café a dos centímetros de su boca gruesa.
-´´Decí
algo´´. Ordena Marcos a Lionel. ´´ ¿Por qué queres que diga algo? ´´, y le
marca que se limpie la nariz rascando la Suya con el índice y el pulgar a modo
de garra.
-´´Yo
no sé nada de fútbol y el tampoco, ¿de que cuadro sos?
-´´De
Peñarol´´ respondo,
-´´Ta, tampoco sabes nada´´
En
el fondo siguen hablando de futbol, un intercambio acalorado entre todos los
clientes incluso el flaco, que a la vez que prepara el café con la máquina,
intenta hacerse un hueco en la discusión. Hablaban sobre un ex jugador de la
selección nacional.
-´´Pasa
que se retiró, ahora vive en el campo, laburando con el padre allá por Río
Negro. ´´ Interviene Lio
-´´No
jodas, ¿en serio me estás diciendo? Pregunta Néstor, que es nuevo en el circulo
y no conoce lo suficiente a los parroquianos como para cazar los comentarios al
voleo.
-´´Si,
dice que si lo llaman vuelve, ja ja ja.´´
Esto
no le cayó bien a Néstor y automáticamente los borra a ambos de su paisaje,
mirando para otro lado.
-"Yo siempre digo eso, me voy, pero si me llaman vuelvo" Grita el profe mientras va entrando al bar.
-´´Esto
es lo que quiero, este es el Uruguay que quiero, ¡felicidad! ´´ Dice de pie,
apuntando el dedo a la botella vacía de cerveza
Ellos
lo miran, con sus cabezas erguidas como escuchando a la maestra en la escuela,
sin ofrecer ninguna risa cómplice.
-´´
¿Felicidad? ¿Dónde la ves por acá? ¿En este bar? Se fue hace tiempo ella, dice
que por que no le pagábamos nunca en fecha, ja ja ja´´
Saludo
a Jorge y a Claudio, respectivos poeta y músico, que se sientan justo delante mio
a comer pizza y tomar coca cola mientras observan en simultáneo un video en
YouTube que repasa todos los goles de Arezo en su paso por Peñarol.
Observo
el despliegue que ocurre adentro y me detengo a ver las mesas de madera
recubiertas con la superficie de cármica. Las sillas, igualmente de madera,
pero acolchonadas, con un marrón que intenta parecerse al de la madera. Afuera,
el calor agrietaba el ánimo colectivo. Los perros, desanimados, buscaban la
salvación en el pedregullo, a la sombra.
-´´
¿Por qué dejaste el otro laburo? ´´
-´´Me
estaban cagando´´ respondo
-´´Ah
a mí también, te terminas acostumbrando. ´´
-´´Pero
el habla de laburo, Marcos, a vos te cago tu mujer´´
-´´Es
lo mismo! Ja ja ja´´
Y
coordinados, dan un beso largo al vaso frío.
-´´Y
ahora donde estas trabajando?
-´´Una
librería, acá a la vuelta´´
-´´Ah
mira, bien de bien´´
-´´Si´´ digo con el cigarro en la boca a punto de darle fuego con un encendedor verde fosforescente
-´´A
mí me gustan los cuentos de Cheever, las novelas negras, alguna crónica de
Shepard´´ Dice Marcos, sin mirarme, por lo que no respondo nada.
Un
camión pasa y grita algo que no llego a escuchar. Veo a gente un poco más chica
que yo caminar con las tablas de dibujo y las mochilas cargadas de cuadernolas,
pasando a mi lado. La soda me raspa la garganta y me acomodo en la silla de
metal. Acomodo mi pelo, haciendo que salten las gotas de sudor atrapadas allí.
-´´
¿Venden de esos en la librería? ´´
-´´Si´´
-´´Y
del finado Rosencof tenes algo?
-´´No murió, todavía. Y si, sería una aberración que una librería uruguaya no tenga los títulos de Rosencof´´.
Adentro
escucho que alguien habla sobre sillas de madera de roble rústico y me pierdo
imaginándolas. Madera de tono oscuro, reluciente, firme y cómoda como ninguna.
Me hace falta tener en mi casa algo así, podría escribir durante horas de
corrido si tan solo conociese algún buen carpintero por la vuelta. Cualquier
cosa podía oficiar de pesada ancla de acero, a la cual me trepo para llegar a
lo más profundo del pantano, entre aguas turbias y fangosas. Avanzando por mi
cabeza, sus reductos, con seguridad, escuchando voces a lo lejos que eran del
plano real, pero nada podía, a veces, desterrarme de aquellas tierras. Era
necesario, cubrirme en un lugar donde sintiese que de verdad pertenecía a algo.
Ya sean paredes producidas por mi imaginación o por mis sueños. O lugares como
este, donde puedo no ser yo, aunque sea por un rato.
-"Tenes
que escuchar candombe del 31". Me dice Marcos.
-"Bah,
yo del darno no salgo"
-´´Bien
gurí´´, dispara lio con la mirada oculta tras los lentes negros.
-´´Pero mira, tenes que entrarle que es un viaje de ida´´
Siguen
hablando de futbol pero Martín desliza el tema del debate presidencial que
mantuvo la atención puesta en la pantalla de más de la mitad de la población.
-´´Acá
no se habla de política´´, dice el profe con tono serio y fulminante.
-´´Bueno,
profe, pero miremos y hablemos un poco de la realidad´´.
-´´No,
acá no, que es pa problema. Acá somos todos amigos, compañeros, no vamos a
dividir el bar por aspectos y tintes políticos, jamás. Hace 25 años que soy un
parroquiano de este lugar y jamás dejamos que aspectos ajenos arruinen esto que
hicimos nuestro, ¿me entendes gurí? ´´
El gurí
sirvió de amansamiento. Martín tenía 28 años, pero se creía el dueño de la
palabra y la verdad, una pobre alma en pena.
Vemos
a Carlitos, el carnicero, intercalando su paso a lo lejos con la vereda y los techos
de otros comercios.
La
llovizna azul, poco a poco, fue barriendo el calor amarillo insoportable.
El
sol, que tostaba el piso de baldosas españolas, se fue retirando, abrigado por
las nubes grises enchumbadas de tristeza desbordante.
Las
servilletas del bar Paradise siempre fueron perfectas para desarrollar la
escritura. Esas Elite de hoja simple, supongo que eran, fueron lienzos y
borradores de varios escritores de la vuelta. De poetas que no querían que
ninguna idea u observación se les escapase y no contaban con una libreta a
mano. He de decir que mi uso era distinto al de otros clientes. Yo escribía,
algunos se limpiaban la estela de café que se quedaba atrapada en la comisura
superior, próxima al bigote. Otros, raspaban las migas de pan disueltas en los
extremos de la boca, y unos pocos las utilizaban para resguardar aún más el
recorte de nylon que flotaba en sus bolsillos. Y sin duda que también para
limpiarse los mocos líquidos y veloces que se generan producto de aquello.
-"Pagando
la cuenta de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína" recita alguien
que no logro identificar.
"Por
suerte nunca los conocí" suelta Marcos con la sonrisa brotando, cohibida. Pero
esta vez la risa fue ahogada, acompañada como con un oscuro sabor solitario.
Lio le da una palmada de hermano mayor y solo entonces lo veo sonreír
genuinamente.
Luego,
un chileno entra, un poco dudoso e intimidado por la presencia de los
habitantes que a los gritos discutían sobre algún tema que no recuerdo. Se
acerca al mostrador y sin mucha confianza le pregunta al flaco,
-´´
¿Perdona, este es el bar Paradise? Es que me lo han recomendado´´
Todos
nos damos vuelta a mirarlo, intimidando aún más al chileno que captó nuestras
miradas como amenazas silenciosas.
´´Exactamente´´,
responde el flaco.
´´Paradise,
paraíso, Paradise, paraíso. ´´
Repite
mientras anota un pedido telefónico.
´´Ah,
ya, ¿me permite la carta? ´´
´´Es
todo casero acá ´´, Grita Lio desde la otra punta, sin esconderse.
El
nuevo inquilino un mantenía una postura recta, el pelo recién cortado,
degradado en los costados, camiseta ancha y panza vertiginosa demostrando e
inculpando un consumo sin cuidados posteriores de cerveza y whisky.
Se
sienta, con un poco más de confianza, sintiendo que aquel grito de Lio fue
totalmente amistoso, aunque su objetivo era más bien el de burlarse de el y
pide una muzarella y coca cola light. Benito, el cocinero, saca el pedido los
más rápido posible para a su vez sacárselo de encima. Yo lo conocía. Sabía que
odiaba profundamente a los chilenos y no escondió esa expresión de asco al
escucharlo pronunciar.
La
tertulia continúa, y se llega a respirar que esta estaba llegando a su punto
culmine. Ya el mediodía había entrado con fuerza. El calor se hacía sentir como
un vaho adherido a los techos del lugar. La ropa se había vuelto una extensión
de la piel. Sentía como se iban humedeciendo mis rulos, los que caían sobre mi
frente. La incomodidad era indefendible. Uno llegaba incluso a sentir el aroma
que su cuerpo desprendía, entrando con un resabio desagradable por las fosas
nasales.
-´´Lo
primero que hay que hacer es intervenir en el centro de meteorología de este
país, no puede ser hermano, siempre pronostican cualquier cosa. Hoy daban 34
grados y cielo despejado. A la temperatura le embocaron, pero mira el cielo
loco, se larga en cualquier momento y yo salí sin el auto pensando, hoy
aprovecho y camino, ¡me sentaron en la vara estos hijos de puta! ´´
Todos
llegan a ponerse de acuerdo con respecto a lo propuesto por el taxista.
-´´En
esta te tengo que dar la derecha, Julián, es un disparate lo que nos hacen
estos locos, encima ganan platales, es de no creer. ¿Quién mierda financia ese
instituto?, no me digas que lo pago yo con los impuestos por que me corto las
bolas acá mismo. ´´ Dice Néstor, un poco frustrado.
La
vieja comenzaba poco a poco a despertar de su infinita siesta y Carlos ya había
entregado el pedido y tomado su cortado servido en taza.
No
pueden creer que tenga veinte años, Lio y Marcos. ´´Pareces de veinticinco,
boludo, que disparate´´. No les creo, nunca me lo habían dicho, más bien la mía
era la cara de un niño recién entrando en la adolescencia. Me atacan,
refiriéndose al síndrome de Peter pan y no sé qué otras boludeces cuando les
menciono aquello que yo pensaba.
La
calle no decía nada. Niego con la cabeza cuando Lio me ofrece un poco de lo que
tenían. ´´Entonces, hasta luego, compadre, vamos a ver como se desarrolla el
día´´ y nos damos un apretón de manos que sentí fraternal.
El
amor no es un tema soslayable, pero hoy me doy el lujo de evitarlo.
La
lluvia caía con pequeñas gotas similares a lágrimas finitas. Poco a poco todos
fueron desalojando el lugar, dejándome solo del lado de afuera, matando el
tiempo de espera que tenía antes de entrar a trabajar. En los auriculares suena
alguna canción de Elliot Smith mientras termino el ultimo bocado duro del
galletón de campaña dulce. No me quedaba mas tabaco y comenzaba a sentir su
falta. Siento el viento levantando mi pelo. Una mujer pasa a mi costado con un ramo
de flores muertas en la mano y retengo su imagen en mi cabeza lo más que puedo.
Pronto se desvanece y toma su lugar ciertas señales que servían como pruebas.
Estaba solo nuevamente, pero el día comenzaba a ajustarse. La temperatura era
suave, la llovizna no era ninguna molestia y allá afuera las posibilidades eran
infinitas, estaba emocionado.
A
la noche siguiente, Marcos llamó a Lio. Necesitaba dinero y ayuda para irse del
país. No podía aguantar ni un día más en esta ciudad. Lloraba, y al otro lado
del teléfono Lio se había dado cuenta de esto, pero no hizo ningún comentario
al respecto. Marcos le habló de su ex esposa, de su hijo, de las oportunidades
que dejó pasar. Quería convalecer su enfermedad en otra parte, lejos del ruido
y de las preocupaciones. Lio se limitaba a respirar, un poco agitado e
impactado. Desconocía el desenlace de la situación. No podía permitirse el lujo
de brindarle una ayuda económica a su amigo, estaba hundido en préstamos y
deudas heredadas, sumado todo a su adicción.
Lio
lo ayudó a calmarse, le dijo que aquella crisis iba a ser superada, que era
fuerte y siempre fue capaz de a travesar la pena de las noches tortuosas. Que
si, que tenía razón decía Marcos, pero esta vez era diferente, esta vez todo
iba tiñéndose lentamente de un oscuro jamás atestiguado. Le decía, entre
lágrimas y risas, que nunca había saboreado este tipo de dolor, que era muy
distinto a todos los ya conocidos. Lio, mudo, se sostiene de la cabeza, a
cuarenta kilómetros de la casa de Marcos, previéndose lo peor. Viendo pasar en
su cabeza, la cinta que relataba la mañana siguiente: Vistiéndose, con la vista
aún nublada por las lagañas y la sensación de haber abandonado hace apenas unos
instantes el estado de inconsciencia temporal, recibiendo una llamada, la ex esposa
de su amigo notificándole en tono neutro, sin ni un gramo de desolación en su
voz, la muerte trágica de Marcos.
Recordó
aquella noche en que, perdidos, buscando el camino a casa, Marcos le había
contado la historia de su infancia. Las farolas que pasaban, y algúna paloma
desvelada, oían junto a Lio lo que Marcos iba narrando. Un relato espantoso,
sobre abusos, descuidos y desesperanza. Era estremecedor ver a un amigo sufrir
físicamente recordando tiempos que, a esta distancia en el tiempo, eran muy lejanos.
Marcos estaba en una habitación silenciosa, no se escuchaba nada que tuviera
vida detrás de su voz, que poco a poco iba falleciendo con el correr
inseparable de los minutos. Lloraba por todo. Por todo aquello que alguna vez
tuvo un rol importante en su vida. La juventud, el amor, las noches donde era
más seguro quedarse varado que navegar, nuevamente el amor, la paternidad, se
mezclaba con los estragos, los químicos, las depresiones, los sucesos dolorosos
que parecían inaguantables y sin embargo hoy son una mera sensación apagada en
la memoria. Lio miró a su alrededor, se encontró con su casa vacía, la guitarra
desafinada en un costado, la televisión prendida, la cocina tapada de suciedad
y bolsas marrones arrugadas, una biblioteca donde abundaban más los títulos no
leídos que los leídos. Por momentos apreció destellos que lo recordaban a un
desierto, con algún cactus plantado en el medio, meditativo. No se que más
puedo hacer, ya no hay más nada para mi acá. Dice Marcos, refiriéndose a la
ciudad, aunque Lio lo interpreto como una despedida, una vulgar y repetitiva
despedida.
Lio
percibió el exilio en su espíritu. Tenía que hacerlo. Se mantuvo en la llamada,
sirviendo como receptor de todo aquello que Marcos precisaba descargar, Lio era
el mejor puerto. Escuchaba su voz pero por dentro luchaba contra la decisión,
como si la tristeza y el desconsuelo fuesen contagiosos. Pensó, con el teléfono
negro apoyado hace rato, dejando marca en su oído izquierdo, que su decisión no
se basaba estrictamente en las leyes de la vida, en lo que le había tocado
experimentar, por que sería absurdo culpar a ciertos parámetros energéticos por
las cagadas y el sufrimiento excarcelable. Fue todo culpa suya, fueron todas
decisiones y senderos en los cuales él es el único al que apuntar como guía.
Una vida sin su compañero de carretera era impensable.
Marcos
dejó entrever que quizás podían verse, que le haría bien a travesar esta niebla
a su lado, al fin y al cabo, eran como hermanos, compadres, como solían
llamarse. No tengo problema en ir manejando hasta allí, ¿te parece Lio? Sisi,
dale. Luego cortan la llamada y el silencio le quema los ojos.
Se
levanta del suelo, escucha un ruido, se asusta y tranca la puerta de la casa.
Aplasta el culo en el sillón rojo, lo único que no pudo quitarle su ex esposa
en el divorcio y queda obnubilado viendo el negro profundo de la pantalla del
televisor apagado. Era una decisión, y no tenía mucho tiempo. Levanta su cuerpo
cansado y empieza a buscar en el ropero alguna herramienta. La encuentra. Coloca
un banquito debajo de un techo lo suficientemente alto como para que no toquen
el piso sus pies una vez colgado. Prepara la ceremonia, iba a ocurrir en su
dormitorio. Una cuerda color crema, gruesa, de ferretería, comprada la semana
pasada para practicar nudos, algo que le fascinaba de chico, iba a ser su
guadaña. Su dama de negro. Desganado, sin absolutamente nada en su cabeza, dejó
todo pronto. Este estado de somnolencia hizo que el paso de las horas rugieran
de forma imperceptible. Habían pasado ya cuatro horas desde la última
comunicación con Marcos. Le pareció raro y por primera vez en un buen rato, la
sangre logró llegarle al cerebro y apreció lo que estaba haciendo. Escuchó un
ruido, no se asustó, se despertó. Era el teléfono. Puede que sea Marcos, quien
más me va a llamar a esta hora, piensa en voz alta, un tanto confundida. Corre
en búsqueda del teléfono y no lo encuentra. Se orienta por el timbre que este
hace sonar e identifica que debe estar en las zonas aledañas al sillón. Levanta
los almohadones del sillón, revisa los estantes de la mesa que esta al costado
con la biografía de Ringo Bonavena en su superficie, pero no encuentra nada.
Deja de sonar y Lio se queda estático, pensando que volverá a sonar de nuevo.
Se queda en posición durante unos segundos, y el timbre vuelve a aparecer, esta
vez guiándolo a la cocina, y allí fue. A medio camino la travesía queda
interrumpida por un tropiezo con otra cuerda que olvidó había dejado allí. Cae
de espaldas al piso, quedando tendido, sin ningún signo de dolor, ni de daño
físico. Miró un rato la cuerda, pensó en su celular, en Marcos, en la
carretera, en todo, en todo aquello que alguna vez tuvo cierto grado de
importancia. Terminó por pararse una vez el celular dejó de sonar. No esperó a
que volviese el tono para moverse. Se desplazó, quitándose todo el peso que
podía de encima. Caminó por el departamento, inquieto y la luz de la mañana
comenzaba a saludar. Otra vez sonó el celular. También llegaron infinidad de mensajes,
alterando el ritmo constante del ringtone de llamada, entreverandolo con el
tono de notificación que simulaba una especie de timbre antiguo, bombardeando
su concentración. No entendía que estaba pasando. El teléfono esta vez lo
guiaba hacia su habitación y fue a su encuentro, a paso lento, con el ruido de
la vida retornando a las calles, la luz invadiendo la sala, y todo lo demás
también.