Joyas desparramadas
Una parada de
ómnibus descartada en la mitad de la ruta 1.
El humo de un
incendio cercano cubre como una sábana de humo el camino, manchando de olor
putrefacto nuestras remeras transpiradas.
Personas
solitarias flotando sin rumbo ni anhelo haciendo dedo, algún parador histórico
al costado del camino. ´´El Caimán es legendario, venía con mi padre hace
veinte años a comer acá cuando veníamos a Montevideo, era una parada te diría
que necesaria. Volví a ir hace unos pocos años y todo sigue igual, me erizó la
piel, fue una sensación rarísima. ´´
Un camión inmenso
que llama mi atención nos sacude al pasar por el carril izquierdo cuando
teníamos las ventanas bajas apoyando nuestros brazos insolados de tanto
soportar el sol directo.
Un caballo blanco
meando en la cuneta, sacado directamente de un film de Lynch (cliché) con la
mirada atenta al chery qq nuestro qué pasa sin levantar demasiada sospecha
alrededor, aunque adentro el parabrisas tiemble igual que el armazón de
plástico que inútilmente cubre las puertas.
Cartel amarillo
con una silueta de una vaca.
Un almacén de
nombre ´´Los Pinos´´ ingrávido esperando clientes que se dirigen hacia Kiyú.
Pequeños terneros
con manchas marrones pastando de grandes fardos de alfalfa o de heno, no
alcancé a reconocer.
El sol ocultándose
entre molinos que giran y giran, como despidiéndose
Al llegar, Ramón
me regala un cuchillo.
La hoja es de
tijera de esquilar, tijera que tenía más de cien años. ´´Cuantas ovejas habrá
esquilado esto, que lo pario. ´´
El mango es de
asta de ciervo.
Lo dejó en el
bargueño de madera oscura, como si estuviese esperándome para toda la vida
allí.
Una charla íntima
en el medio de la noche. El pasto crepitando por las pisadas de mis pies
descalzos. Los perros pasan entre medio, intentando rastrear el olor a asado.
Me saco la remera para sentir el frío del balneario en mi cuerpo, son las 03
am, la botella pareció evaporarse, pero no extinguirse. Había otra de su
especie en la alacena barnizada.
"Yo fui
putañero muchos años, me gustaba el quilombo, el ruido, el movimiento, la
noche, la joda, ahora me gusta el silencio, ¿entendes? Ya pasé por todas, lo que
te quiero decir, a ver si me explico, es que ahora ya no me interesa más nada
de eso, viste? Ósea, me tomo unos alcoholes y este me llama (eleva el
cigarrillo Nevada que colgaba de entre sus dedos), pero con lo otro ya no
quiero saber más nada. Estoy en otro lado yo, ya estoy más cerca de la salida
que de la entrada, a diferencia de vos que tenes veinte años, recién estás
saliendo si trazamos la vida como una línea que va desde el nacimiento hasta,
no sé, ochenta años, (se ríe él y el hombre que estaba a su lado prendido al
vaso de vino con soda) ¡vamos a ser generosos, cabeza!, ¿entendes? Yo estoy en
la salida casi. Me gusta que me aturda el silencio ahora."
-´´Me gusta el
dulce de batata, pero con chocolate, el que viene veteado. ´´
-´´Fa, es espectacular
ese, ¿el de los nietitos decís vos? ´´
Comienza a llegar
más gente.
No puedo esperar a
que la luna marque la hora de adentrarme en la ruta, y en la radio del auto poder
sintonizar alguna radio que pase discos enteros de Virus sin detenerse ni un
instante.
Viendo que la
gente llegaba y con ellos la sed y el hambre, caminamos hasta el almacén más
cercano, que estaba a tres kilómetros. Me ofrezco a ir solo y no opusieron
demasiada resistencia.
"Esta como
para darles unas palmadas a mano llena"
Dice el almacenero
refiriéndose al culo de una clienta joven de mi edad.
Me río para zafar
rápido de la situación, pero tímidamente, la piba escuchó el comentario y no
quería que pensara que yo había sido participe de semejante pelotudes. Agarro
la bolsa en una mano y el otro el cambio y camino por las calles de tierra
donde la única iluminación la proporciona la brasa furiosa de mi cigarrillo.
Dejo que la ceniza vaya brotando , consumiendo la hojilla, hasta el punto en el
que se derrumba por la brisa del Río de la plata, sin tener que golpear el
filtro con mi pulgar
´´No aceleres los
procesos, vos mira para el costado solamente. ´´
´´Siempre aclara
que somos casi, ¿casi qué? Casi pareja, casi socios, casi amigos. Pero siempre
casi. Es así cabecita, ya te vas a dar cuenta.
Me duele esta
ciudad.
Estaba ebrio, de
alcohol, de sentidos, de melancolía. Estoy acá, pero no quiero estarlo, caí
sobre algo sin ver.
Dios parece
haberse olvidado de este sector del mundo. La postura de las nubes está
torcida, como las de un oficinista que padece ocho horas frente a un monitor,
absorbiendo la luz blanca fulminante que avejenta su cara con el paso de las
jornadas.
Estaba ingresando
en la adultez con cierta distancia respecto a todo. Tenía, antes de ponerme a
cuidar de mí mismo, volver a ser quien era. Lo angustiante, es que el mundo no
me había estado esperando, y todo cambió.
Todo era distinto.
Todo aquello que conocía previo a mi enfermedad ahora había mutado a otra cosa
ajena. Sabia manejar, tenía un auto que había heredado, y tomaba largos paseos
por las carreteras hasta quedarme sin nafta.
Comenzaba a descreer de todos aquellos
enunciados con los que me había formado, aquellos que inevitablemente me
terminarían dirigiendo a la ruina, la locura y la muerte. Bolaño tenía razón.
Hay tantos misterios de la juventud que
se me quedaron atrás, que no supe descifrar. Siento que perdí el tiempo,
mientras mantengo firmes las manos en el volante y paso los radares de
velocidad sin detenerme a mirar cual es el límite establecido por la ley para
circular por acá. Escucho flashes, me estarán multando estos hijos de puta,
decía en voz baja con temor a que me escuchen los animales muertos, abandonados
en el
Camino, que abundan en esta parte del
mundo. Guardaba cierta estima por el paisaje descubierto, desenredado en formas
irregulares de pequeños árboles y pastizales. Alguna silueta de algún animal
que logró zafar del matar cero, hasta dentro de cierto tiempo.
Esgrimí una serie
de razones lo suficientemente plausibles y convincentes como para evitar
contraataques verbales y cuestionamientos insufribles por parte de mis amigos y
abandoné la reunión. Quería pensar. Quería recargarme.
Una mujer manejaba
a mi derecha, en el carril contiguo al que iba, sin tener por su vida, sin
pensar en los otros autos que podrían llegar a aparecerse de frente, terminando
con su vida en un instante fotográfico. Tenía una sonrisa desvalida. Los ojos firmes,
como sostenidos por fuertes palillos de madera o visibles. Los brazos desnudos,
labios que se sobresalían de las comisuras. No era espectral, tampoco alteraba
tanto mi concentración, pero fue extraño. No quise conocerla, tampoco hablarle.
Me conformé con ese pequeño momento fugaz. Volvió a acomodarse en la senda que
le correspondía y aceleró hasta borrarse completamente del horizonte,
despegando así de mi atención. La adrenalina, por algo que no termino de
comprender, creció desaforadamente y tuve un impulso incipiente por acelerar
aún más, y de desprenderme del camino negro de asfalto , volverme uno con el cielo
y apuñalar así las nubes con mi auto destartalado y despintado. Me controlé,
pensé en mi hija y la calma volvió sin estridencias a acomodarse dentro de mi
cuerpo donde siempre debió estar, aquel agujero ilustrado que nunca alcanzaré a
mirar directamente. Respiré, quiero que esta noche termine, y cuando uno piensa
en eso, las noches se tornan en largos espectáculos inagotables (a diferencia
de cuando uno anhela que duren para siempre)
Pensaba en mi padre cuando no tenía
nada más entretenido para distraer a mi cerebro tenso en estado de alerta. Me
divertía pensar que estaba en algún cielo construido por pelotudos sin fe ni
ganas por volver a existir. Mirándome, sin consideración, juzgando los
movimientos en los momentos previos a que sucedan.
Sin embargo, había
cierto aire de pesadilla a esas horas de la madrugada. Todo estaba oscuro y
acto seguido me encandilaron las luces largas del camión brasilero desviado.
Escuché, en mi oído derecho, un arpegio de guitarra mal concluido, es decir,
sonando bien al principio y cagandola en el ultimo acorde. Un recital doloroso
de escuchar penetrando únicamente en ese oído, y pensé que debía de ser una
joda de mal gusto, como si fuera escuchar un disco de los Beatles entero pero
disonante, manteniendo esa mezcla característica de los 60s. La batería lejana
como pasos perdidos, el bajo apenas perceptible y la guitarra protagonista de
un Slasher de bajo presupuesto sin sangre, solo sufrimiento e ignorancia. Miré hacia
el cielo y observé el océano oscuro, inamovible. Las estrellas eran joyas
desparramadas sobre el agua, o sobre la mesa, yo elijo pensar ese techo como el
océano atrapado, evitando que moje a toda la ciudad, llenando de pánico insostenible
las calles de la ciudad triste y con exceso de polución, atmosférica, sonora,
la que ustedes elijan está en la ciudad.
No me detuve a pensar
en nadie, por primera vez. Saboreaba aquello como una recompensa que no me
merecía. Sólo estaba yo, estirado en la mugre, siendo parte de ella, impregnando
mi mano de bichos suicidas que parecen darse de bomba contra mi parabrisas.
No pude sentir el
viento entrar por la ventana. Me lo impidió el accidente. Rodé durante
aproximadamente unos quince segundos, según testigos. Hay un mapa colgado en la
habitación donde me tienen atrapado, con la puerta trancada, todo es de un blanco
doloroso. El camino me acercó a otro lugar desconocido, no estaba del todo insatisfecho,
al fin y al cabo, hubiese odiado llegar a casa y encontrarme con que todo lo
que me perturba sigue allí. Quiero ver mi cara y reconocerme en otra cosa.
Quiero manchas y tajos nuevos. Quiero salir a caminar. Me abruma la infinidad
de posibilidades que me esperan por fuera de estas paredes. Pero estoy bien, ya
tendré tiempo. Espero que me lo otorguen, no se todavía a quien tengo que ir a reclamárselo.
En principio, quiero que llegue ya la hora de la cena, parece que es de noche
por que escucho el rumor de los grillos golpeando aquella pequeña ventana con
rejas en lo alto de la pared y a mi estomago rugir como un orangután en cautiverio.