SENZA PAURA
-´´Vamos
con una cerveza negra´´, dijo Marcelo.
Frotábamos
una mano junto a la otra, intentando denegar el frio. Se escabullía el humo por
mis dedos al mismo tiempo que la música escapaba del pub de enfrente cuando el
patovica junto a su campera símil cuero, abrían la puerta para dejar pasar a
alguien.
-´´
No sé, ando mal del estómago´´, repliqué con el mozo ya apoyado en nuestra mesa.
-´´Senza
paura!, escupe Marcelo tratando de arrastrarme a la inevitable velada que se
aproximaba. Acepto a regañadientes y escruté los bolsillos internos de mi saco
para ver si tendría suficientes cigarrillos para soportar el caos nocturno.
Antes de que el mozo salga disparado de la mesa en busca de nuestro elixir, al
percatar mi falta de tabaco, le encargo que me alcance un paquete de Lucky
Strikes y vuelvo mis ojos por un instante hacia el cielo, donde las nubes
bullían, errantes.
Corrió la noche y su especial aroma, junto a
las charlas de tono profundo que inundaron nuestra mesa de madera. Desde
historias insólitas ocurridas en algún lugar de la ciudad vieja, masacres que
tomaron lugar en el interior profundo de nuestro país a principios del siglo XX
y un viejo que su hobbie eran las intervenciones artísticas de tipo colocar una
baldosa colorida en las veredas de los barrios montevideanos. En fin,
Montevideo y su encanto. Las noches las definía claramente la actitud, o quizás
era aquello que decía un amigo mío. ´´Los espacios sin las personas no son
nada´´. Derribar al hastío en esta ciudad de ritmo tranquilo pero llena de
secretos y puertas ocultas, era muy fácil, había que ser creativo nada más.
-´´
Me enferman los escritores de plástico´´. Dice Marcelo mientras golpea la mesa
producto del vaso vacío estampado contra la madera húmeda y se seca los labios
con la manga del saco. Dejamos que el silencio se escabulla en el espacio
vacío, en la distancia de dos cuerpos, y dejamos que este se vuelva un compañero.
Acomoda su boina, yo le doy fuego a la mitad de un tabaco armado y el silencio
nos deja rápidamente, como mostrando poco interés en nuestra pálida charla.
-´´
A diferencia de otros países, nosotros estamos llenos de grandes escritores
paseándose por nuestras cuadras. Sería un pecado quedarse solo con Galeano y
Benedetti como traductores o, mejor dicho, testigos de la belleza que acá se
despliega como un brazo pidiendo la aguja´´.
Sentimos
una voz acompañada de un simple rasgueo de guitarra que comienza en la esquina,
pero, que, desfila por toda la cuadra hasta llegar a nuestro rincón. El hombre
era un gordito de baja estatura, vestido con una larga gabardina color crema
dos talles más grandes que él, un sombrero escoces y zapatos negros. Llevaba una
mirada feliz mientras entonaba la canción para un público hostil, que estaba
presente pero cada uno en su mundo. De seguro estaba en pedo. Olía a naftalina
y dejaba entre ver una petaca de Mac Pay extrovertida en las comisuras de su
bolsillo derecho.
-´´
no tienen un millón de dólares que les sobre? ´´, dice mirando a nuestra mesa
el hombre que instantes previos cantaba una canción de Nino Bravo.
-
‘’ tengo dos millones, pero me agarraste sin cambio´´, respondo, demostrando un
leve nivel de simpatía que no existía. El hombre contesta con una carcajada y
se vuelve a perder entre el rio de mesas que esa noche navegaban por la cuadra
del bar, pero esta vez tocando una de Leonardo Favio. A medida que crecía la
noche, y comenzaba a pagar sus focos ya cansados, comienza a sonar en mi cabeza
la melodía de ´´Dafne´´, de Diego Presa. Y supe que estaba por entrar en mi
estado espiritual favorito, uno de los regalos que da la vida, digamos. Jamás
encontré las palabras apropiadas para describir aquella sensación, jamás me
atreví a siquiera intentar comunicar aquello. Pero algún día iba a llegar el
momento de someterme a semejante trabajo. Podría animarme a aventurar un
posible retrato, pintando las palabras y el sentimiento como. ´´Noche de abril,
música, cigarros, copa de vino. La cabeza fuera de una ventana en un sexto
piso, ojos cerrados, frio esparcido por las mejillas. ´´ tras perderme en mis
divagues vuelvo a mi ubicación temporal. Veo la cara de Marcelo dando un trago
al vaso momentos previos de lanzar su pregunta.
-´´
¿No pispeaste la idea de viajar, o irte del país en algún momento? ´´
-´´No,
Montevideo aún tiene cosas para darme, es cuestión de tiempo, no puedo irme
ahora. ´´
-´´
no seas pelotudo, si acá no hay nada para personas como vos. Estas destinado a
laburar en la construcción si no te vas de acá´´.
-´´
No me molestaría´´.
El
boliche comenzó a dar señales de que irían a cerrar en breves. Algo así como
´´Terminen de chupar esas cervezas que me quiero ir a la mierda, esta mi mujer
en casa esperándome´´, decían los ojos del mozo Guzmán mientras entraba las
sillas de las mesas vacías. Ofrecimos resistencia junto con Marcelo, estirando
la charla con trivialidades que no recuerdo. La lucha culmino cuando uno de los
empleados nos tiró la cuenta a la mesa sin nosotros pedirla.
-´´
Yo invito, cabeza´´
-´´
bueno te agradezco marce, por las cervezas y por la compañía. ´´
Guzmán
da sus pasos hacia nuestro territorio junto a su billetera y el pos net. Espero
que Marcelo se apure a pagar, así podía lanzar en el árbol de la esquina, el
cual ya tenía seleccionado. La espera se hace corta, el pos procesa el pago
correctamente y Guzmán se despide cordialmente.
-´´
Muy bien che, que pasen bien´´, dice mientras levanta la gamba que había dejado
Marcelo de propina. Nos retiramos colocando las sillas en su lugar y prendemos
nuestras camperas para seguir intentando denegar el frio que, por esas horas,
ya era brutal.
-´´
te llevo hasta tu casa, tengo el auto acá a la vuelta. ´´
Como
puedo, formulo diversas oraciones con el afán de convencerlo de que no era
necesario, que un bondi me dejaba en la puerta de casa.
-´´
no me cuesta nada bo, dale, déjate de joder que esta helado gurí. ´´
A pesar de su insistencia, se ablandó cuando invente que iba a quedarme por la vuelta, que había una piba a la cual quería hincarle el diente hace rato. Se ríe y me da una palmada en el hombro como señal de aprobación o de comprensión. Lo acompaño al auto, nos despedimos y deseamos mutuamente que se repitiera la reunión, esta vez, en un bar más barato. Marcelo sube a su auto, saluda nuevamente con la bocina y al doblar la esquina, salgo disparando al árbol que tenia visto.
No me gusta vomitar con gente al lado.