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Una señora blanca cantó mi suerte.

Estábamos en la avenida principal

De una ciudad desolada y amarilla

Condenados a la silla eléctrica.

Miró mis botas de cuero italiano

Yo acaricié su armadura de metal postizo

Y dijo:

- ‘’Olvídate de este paisaje lo antes que puedas, las lecciones de Rimbaud quedaron vetustas

Dame un cigarro, recita el primer verso que te suene mojado y vayamos por una cerveza’’.

Dejó sus hijos a cargo de un mendigo que no soltaba su violín de chapa

Y yo seguí su voz, lastimado y enyesado.

Era de mañana.

Los fantasmas pregonaban dulces ideas robadas de extraños salmos impronunciables

La cerveza estaba fría, mi suerte muerta, en reposo.

La señora blanca iba, quebrada y húmeda, entregada a su labor.

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