Nadie muere en Montevideo

 Texto leído el día jueves 14 de noviembre del año 2024 en el marco de la presentación del poemario Nadie Muere en Montevideo, de Santiago Pereira. Fue en el Verde, pub de la calle Tristán Narvaja.




Estoy enfermo. Tengo fiebre. Esta oración que ahora probablemente estoy leyendo en voz alta fue albañileada un lunes once de noviembre. Tengo la radio muy fuerte, hablan de la noche de las librerías, del movimiento que sufre montevideo, de lectores y escritores y yo solo pienso en la fiebre. Mi gato se acuesta justo donde la antena, que siempre posa direccionada hacia el agua, hacia ese río que desesperadamente busca ser mar.

Leo sobre los sicarios del Chuy, sobre los suicidas de Durazno y Convención, sobre las calles y los hilos de saliva que unen a las arañas con los violines de la noche. Fiebre. Mi padre vivión muchos años en el Chuy, yo también tengo amigos suicidas que supieron habitar Durazno y Convención.

Lazzaro Spallanzani, que vengo a enterarme después de terminar el libro fue no solo un naturalista profesor de matemática y física sino también un sacerdote catolico, esbozó una hipótesis basada en que los quirópteros (murcielagos)  poseen la capacidad adicional de no depender de la luz y poder ver con los oidos. Esto lo llevo a cabo quemando los ojos de un grupo de quirópteros, dejandolos ciegos por completo y luego los libero dentro de una habitacion, comprobó, entonces, que los quirópteros tenian la misma fdacilidad para volar y cazar insectos que aquellos que aun poseian el sentido de la vista.


Fiebre.


Toso. Vuelvo a fumar. Adiós a los árboles de coal creek. Basta de oír sus alaridos desde los sótanos, ya no quiero entender sus muertes ni sus intenciones de mantenerse en vela hasta altas horas viendo la televisión.


Ecolocalización de tus muertos. Dejame preguntarte algo, autor.


-¿Nadie muere en Montevideo, Santiago?

- No, no, porque nadie muere en un olvidado enclave junto al mar

-A ver, seguí

-Nadie muere en Montevideo, no agitamos alas, volamos en círculos sobre el ataúd de los sacos

emitimos esos molestos sonidos punzantes en el callejón de la universidad

en la masa de aire que divide

nuestros cuerpos pesadamente vivos.


Fiebre, fiebre, fiebre. La radio no se calla. Tengo que escribir algo, es jueves y alguien tiene que morir en esta hermosa ciudad. Si no escribo algo y si nadie muere, al menos lo hizo Nick Cave en el teatro de verano. Sacó un chumbo y se voló la tapa de los sesos. Todo eso antes de ver el clásico de Rampla contra Cerro y un video de Loop Lascano.


-Decime, Santiago, ¿ En toda ciudad hay un profeta?

Responde


-Bueno, el mío al menos no es un dios verde

es el dios del hollín o de un partido ecologista

único amigo de los gurises de remar

de los vendedores de agendas de arquitectura

de la pornografía de Divas TV

del último tipo del after

y todos los personajes de Kaurismaki.


Mhm. Whisky Doble. Fiebre, tos, humo, radio, nadie muere en montevideo. árboles, coal creek, marjales de corea, el autor, ecolocalizaciones, habitar una ciudad como un asunto poético, lecturas góticas en los entrepisos de la intendencia, abordar los lugares desde el poema, la memoria de los muertos, la conjunción de poemas tristes que recorren noches vagabundas, nauseabundas, entre luces de estadios y serpentinas que caen en la boca del Clash.


Nadie muere entre montevideo y las ecolocalizaciones de Colón y el centro de la ciudad. Espacios que no son producto de la imaginación, tampoco de la fiebre, como un Scorsese trastornado en noche de jaulas y balcones. Son borrachos que conducen en la madrugada

que atraviesan calles e insomnios para estallar un vaso de whisky en el silencio

luego soltar un feto en el vacío

y despertar por la mañana

un nuevo azul pálido de bestias.


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